Las tradiciones de un país son, quizás, las mejores cosas que podemos experimentar a la hora de viajar. En Panamá abundan esas tradiciones, que nacieron con la mezcla de razas que se asentaron desde antes de ser república. Una de esas tradiciones es la Junta de Embarra, que es una actividad de los pueblos del interior en la que participa toda la comunidad. Todos, desde los niñitos hasta los ancianos. Hombres y mujeres se unen para levantar una vivienda para una familia. El trabajo comienza muy temprano, es el primer día. Lo primero es acondicionar el terreno, limpiarlo y emparejarlo para levantar la estructura, conocida como el enjaulado. Usualmente es una estructura sencilla, una salita comedor pequeña, dos habitaciones y un portal, cada espacio lleva su ventana. Hay dos puertas, una en la parte delantera y otra que está atrás y lleva a la cocina, que en va en la parte de afuera con un alero. Puede haber variaciones, pero básicamente es lo que lleva. Para el esqueleto de una Casa de Quincha, que es el resultado de la Junta de Embarra, se usa varas delgadas de madroño y bejuco colorado. Desde que inicia el trabajo, es acompañado por la típica saloma del campesino panameño, y un tamborito con su cantalante no faltan. Una vez se levanta la estructura, se prepara la tierra, se junta la paja y se recoge agua, se acaba el día de trabajo. Al iniciar el segundo día se suelta la paja que es la que hace que se amarre el lodo, se moja y se esparce sobre la tierra barrosa y arcillosa. Luego se mezcla y es cuando un grupo de hombres se forman en una cadena uniendo sus antebrazos y pisan la mezcla, a la que le agregan agua hasta lograr que el barro y la arcilla se compacten. Esta es uno de los mejores momentos, se bebe y se saloma. Se siente la autenticidad del hombre del campo, su solidaridad y desprendimiento. Este ejercicio no acabará hasta que se haya embarrado la última esquina de la estructura levantada. Paralelo a esta actividad, las mujeres cocinan en un fogón de leña un sancocho y una enorme paila de arroz blanco. Todos comerán juntos en medio de este arduo trabajo. Los más experimentados en esta tradición son los encargados de formar con su pie una enorme bola de lodo ya mezclado con paja, debe lanzarla de un tirón hacia atrás donde le espera otro que la apaña y la desplaza hacia la formación de hombres que embarran la casa. Así, poco a poco va tomando forma. La junta es patrocinada por los padrinos, que son aquellos que de una u otra manera contribuyen económicamente con la construcción de la casa o con el patrocinio de algún elemento importante para la junta. Los familiares y los amigos ayudan a la pareja o al dueño de la junta a cocinar el maíz, buscar la leña, pilar el arroz, buscar agua o lo que haga falta para que no se interrumpa el trabajo. El cantar de alegres tamboritos, salomas, no deja de escucharse, convirtiendo el evento en una gran fiesta de la comunidad. En una Junta de Embarre todo se hace al ojo de la experiencia, por eso es tan importante que los “maestros” participen. No hay una medida de tierra, de paja ni de agua, pero si es muy importante la consistencia, porque de no tener una adecuada, el barro caerá. Tampoco hay medida del grosor de las paredes, se ejecuta en parejas de forma tal que una persona embarra por fuera y la otra por el interior de la casa. De este modo se evita que el barro se caiga, ya que se obtiene una colocación uniforme por dentro y por fuera. El techo de la casa puede ser de tejas o de pencas de las palmas. Es muy común ver los techos de tejas coloniales hechas con método artesanal y poca terminación, los pares que sostienen a las tejas comúnmente quedan expuestos a la vista. La casa está lista, la fiesta sigue porque el tamborito no se apaga hasta muy entrada la noche, a pesar del cansancio del día, prima la alegría típica de nuestros campesinos, el compartir con el vecino y por supuesto rememorar los mejores momentos.